Sunday, February 13, 2005

Puntada sobre Mar adentro

Hay ciertas historias que tienen algo que decirnos a todos los seres humanos. La que se nos cuenta en Mar adentro, la película de Amenábar, es una de esas. El cuerpo como cárcel: este es uno de los planteamientos centrales de diferentes religiones, el cuerpo es la cárcel del alma y se supone que la vida es algo así como una condena... No lo creo, en verdad. Creo que el alma está más encerrada en las cárceles mentales que le creamos, que en el cuerpo, y si encerramos el alma en casillas estrechas, oscuras y malolientes, el cuerpo también resulta atrapado...

Ramón Sampedro era un hombre libre, libre sobretodo de la peor de las cárceles: el miedo a la muerte. Antes de quedar paralizado, Ramón era un viajero, un joven navegante, un aventurero. Era un hombre que sentía intensamente la vida, y creo que ese no poder sentir era en verdad lo que le atormentaba. No podía sentir el contacto de otra piel, ni el dolor de una herida, ni la suavidad o la aspereza de una tela, ni la tibieza, ni el frío intenso... No podía amar... Así, entonces, qué sentido tenía la vida, me pregunto, ninguno, en realidad, es lo único que puedo contestarme. Ramón Sampedro quería a quienes le rodeaban, claro, y se sentía querido por ellos... Pero esa manera de "querer" son migajas de lo que es amar, amar con cuerpo y alma...

Hay quienes renuncian a esta forma de amar y, claro, convierten su cuerpo en una prisión, un lugar en el que se aislan y se protegen del mundo (ese cura de boca tan grande), pero Ramón no eligió, él no deseaba dejar de sentir el mundo ni a los otros... en eso radicaba la poca dignidad que veía en su situación. Y, bueno, no me queda sino preguntarme qué significa una "vida digna"; gracias a Ramón Sampedro y a Amenábar, puedo contestarme: una vida en la que nos permitimos sentirnos, sentir a los otros, sentir el mundo. El cuerpo no es una cárcel, es un puente, y si el puente se quiebra, estamos solos, irremediablemente solos. A Ramón Sampedro se le rompió el puente en un accidente absurdo, pero hay quienes, encerrados en sus miedos, rompen sus puentes o nunca los cruzan...

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