Tuesday, February 15, 2005

Puntada sobre mi amiga ganadora

Hoy recibí la Malpensante. Esperaba con ansias este número porque mi amiga DIANA OSPINA participó en el cocurso de las 500 y quedó finalista, junto con otras 15 personas. El veredicto salía en este número. Llegué a mi casa y encontré la revista. Revisé página por página su contenido hasta encontrar lo buscado. Pues bien, mi amiga Diana obtuvo el segundo lugar con su cuento ESPERANZA DE VIDA. La dicha total. La llamé, tratando de sonar casual, incluso indiferente -quería evitarle un infarto- y leí el nombre del ganador, luego grite su nombre y las dos empezamos a reírnos como si nos hubiera poseído un dios feliz. Quienes, alguna vez, han esperado un fallo durante meses... saben del tipo de felicidad del que hablo. A través de estas palabras quiero rendirle un homenaje a mi amiga escritora, a su talento y su empeño, a sus búsquedas y sus esfuerzos. Y quiero invitarlos a leer su cuento en el número de diciembre de la revista El Malpensante. Creo que compartirán la decisión del jurado y podrán reconocer el talento al que me refiero. Un abrazo gigante a ti, mi Dianis.

Sunday, February 13, 2005

El porqué de Puntadas de Penélope

Hace dos días, mi amiga Diana me mostró la luz. Acababa de descubrir la existencia de los blogs, de esta posibilidad de soltar, en medio de la red, un insecto o un pez... una criatura viva, hecha de palabras e imágenes. Así que decidí crear el mío, y decidí bautizarlo Puntadas de Penélope por varios motivos:
  • El personaje de Penélope, la mujer que teje y desteje para prolongar los plazos, me seduce enormemente. Creo que, de alguna manera, quienes escribimos lo hacemos por lo mismo: para prolongar los plazos. Y obramos de la misma manera: en la vida diurna, esa de todos los días, vamos dando puntas erráticas, más nudos que puntadas, en realidad, y necesitamos sentarnos en medio del silencio de la noche a destejer a des-(a)nudar lo hecho en el día para poder, entonces sí, darle una forma, puntada a puntada, a tanto hilo suelto, a los rollos internos y a los que armamos con otros, a las madejas que aguardan cogiendo polvo en los cajones, a esas lanas que han salido de las ovejas negras... Sólo así, tejiendo, destejiendo y volviendo a tejer es que logramos darle sentido a esta vida nuestra, tan normal y tan única, que vuelve acabar mañana o en cincuenta años, hecha un tapiz o un enredijo, recordada por alguien u olvidada.
  • Porque una puntada es la mínima parte de un tejido y un tejido es una red, y yo quiero entrar a ser parte de una red.
  • Porque me acuerdo de Serrat, de su canción entrañable, de la mujer que espera con su traje pasado de moda, con su equipaje listo, a que llegue el hombre que amó, y se queda sentada allí, porque no reconoce en ese señor mayor al joven que, tiempo atrás, le prometió que volvería.
  • Claro, porque también me acuerdo de Robi Draco Rosa y esa otra canción entrañable...

Por ahora son los motivos que se me ocurren... Ah, bueno, también porque creo que suena bien, y me gusta. Espero que a ustedes también les suenen bien y les gusten estas puntadas de Penélope...

Puntada sobre Mar adentro

Hay ciertas historias que tienen algo que decirnos a todos los seres humanos. La que se nos cuenta en Mar adentro, la película de Amenábar, es una de esas. El cuerpo como cárcel: este es uno de los planteamientos centrales de diferentes religiones, el cuerpo es la cárcel del alma y se supone que la vida es algo así como una condena... No lo creo, en verdad. Creo que el alma está más encerrada en las cárceles mentales que le creamos, que en el cuerpo, y si encerramos el alma en casillas estrechas, oscuras y malolientes, el cuerpo también resulta atrapado...

Ramón Sampedro era un hombre libre, libre sobretodo de la peor de las cárceles: el miedo a la muerte. Antes de quedar paralizado, Ramón era un viajero, un joven navegante, un aventurero. Era un hombre que sentía intensamente la vida, y creo que ese no poder sentir era en verdad lo que le atormentaba. No podía sentir el contacto de otra piel, ni el dolor de una herida, ni la suavidad o la aspereza de una tela, ni la tibieza, ni el frío intenso... No podía amar... Así, entonces, qué sentido tenía la vida, me pregunto, ninguno, en realidad, es lo único que puedo contestarme. Ramón Sampedro quería a quienes le rodeaban, claro, y se sentía querido por ellos... Pero esa manera de "querer" son migajas de lo que es amar, amar con cuerpo y alma...

Hay quienes renuncian a esta forma de amar y, claro, convierten su cuerpo en una prisión, un lugar en el que se aislan y se protegen del mundo (ese cura de boca tan grande), pero Ramón no eligió, él no deseaba dejar de sentir el mundo ni a los otros... en eso radicaba la poca dignidad que veía en su situación. Y, bueno, no me queda sino preguntarme qué significa una "vida digna"; gracias a Ramón Sampedro y a Amenábar, puedo contestarme: una vida en la que nos permitimos sentirnos, sentir a los otros, sentir el mundo. El cuerpo no es una cárcel, es un puente, y si el puente se quiebra, estamos solos, irremediablemente solos. A Ramón Sampedro se le rompió el puente en un accidente absurdo, pero hay quienes, encerrados en sus miedos, rompen sus puentes o nunca los cruzan...