En la novela de Ricardo Silva, Relato de Navidad en la Gran Vía, encontramos la confesión de un personaje genial que consiguió descubrir esa "voz necesaria para nacer por obra y gracia de uno mismo"(no voy a tejer sobre la novela, pero la recomiendo muchísimo). Es sobre ese prodigioso acto de autogestación por medio del relato de lo que deseo hablar. Supongo que no le pasa a todo el mundo, pero yo sólo logro tener certeza de la realidad de ciertos acontecimientos una vez los convierto en palabras y se los cuento a alguien (no necesariamente por medio de la ficción, el chisme y la conversación de antes de dormir son magníficas oportunidades de narrar). Y claro, sólo cuando reflexiono sobre lo que me sucede, sobre mis emociones y sentimientos, sobre lo leído, lo visto, lo escuchado, lo tocado (olido y gustado), por medio de imágenes verbales que consigno en mi diario o en este blog, voy adquiriendo conciencia de quién es este sujeto cambiante que ha vivido todo aquello. Escribir es la mejor manera de pensar, creo que lo dijo Bioy Casares, cierto; aunque conversar puede ser un buen preámbulo de la organización del pensamiento por escrito. A mí me encanta asistir a los procesos de autogestación y autoalumbramiento por medio de la palabra (también, por supuesto, he visto magníficos alumbramientos pictóricos, cinematográficos, teatrales, "dancísticos", etc.). Por eso me gusta leer (creo yo que todo buen relato es una confesión, es decir, una expresión de la autoconfiguración) y, como no, escribir. Es una necesidad; no me explico cómo hacen quienes no escriben para verse, para des-cubrirse, para darse cuenta de sus metamorfósis, de sus muertes y sus nacimientos... Por eso me gusta conversar con mis alumnos, en el salón de clase y fuera de él, sobre cualquier cosa (creo que muchos de mis temas de clase son sólo pretextos para pensar en grupo acerca de la vida), me gusta que me cuenten sus experiencias y sus percepciones (es verdad que somos un compuesto complejo de lo vivido por nosotros mismos y por los otros), me gusta que leamos juntos porque me fascina ver cómo reaccionan ante los relatos ajenos (escuchar una historia en grupo es una experiencia inquietante: pensemos en unas sillas acondicionadas para el "público" en una sala de partos o en la habitación de ejecuciones de una cárcel -hay relatos que son la muerte de algo del autor: la inocencia, la fe, el amor, el miedo...-). En fin, vale la pena consumirse en el fuego lúcido de las palabras para poder reconstuirse a partir de las cenizas. No hay nada peor que andar muerto por ahí sin darse cuenta, y la única forma de ser conscientes de nuestros falleciemientos parciales es ponerlos ante nuestros ojos por medio de palabras (no es fácil, ni modos, pero ¿es fácil vivir sin hacerlo?). Un abrazo para todos.
1 comment:
Para Truman Capote la escritura era un medio de autoflagelación. Cuando la vida te da un don también te da un látigo, decía. La manera cruel de comparar la experiencia literaria con el azote tenía que ver con la escritura como carga, y una manera de ver su vida como una encrucijada que siempre conducía al mismo punto: el de la literatura. Capote veía a la escritura no como una opción sino como una necesidad que le causaba placer y dolor al mismo tiempo. No había manera de escapar. Creo que para mi tampoco hay un escape de la escritura, es una necesidad, como para ti lo es. Escribir es la manera como me develo a mi misma y al mundo. Y leer es una experiencia que complementa la escritura porque es otra forma de descubrir a otros y a uno mismo. Por eso prefiero lo de la autogestación a la autoflagelación de la que habla Capote, porque no considero a la escritura como un castigo sino como una forma de conciencia que connota muchos sentimientos.
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