Estuve de "puente" en Melgar y creo que la expresión es perfecta; en realidad, estuve de puente. Me explico: mi familia es una de esas tradicionales hasta la médula, hasta el chiste (podrían haber inspirado la Pelota de letras sin que sintiéramos rastros de exageración), una de esas familias a las que a veces no es fácil pertencer, más difícil cuanto más diferentes son los intereses, la forma de comprender el mundo y las ideas que se tienen sobre cómo vivir la vida. En fin, para mí es a veces muy difícil pertenecer a la familia en la que nací. Esto no implica falta de amor y de respeto, es más, siento por mis padres una profunda admiración. Pero cuando estoy con ellos más del tiempo prudente de la "visita", me siento "fuera de lugar". Esa sensación de siempre de no pertencer, como el patito feo, se reactiva en mí luego de dos comidas compartidas. Puesto que no tenemos muchos temas en común, las conversaciones familiares tienden a convertirse en un encadenamiento depresivo de quejas, de peros, de males, de historias terribles de quienes hablan o de los muchos conocidos a lo largo de la vida. Camilo y yo callamos, hacemos gestos con los ojos, emitimos uno que otro comentario tímido del tipo "¿de verdad?, increíble" y procuramos levantarnos de la mesa rápido, antes de que la incomodidad se convierta en mal genio. Nos vamos al cuarto, donde el ventilador nos regala aire fresco y un tranquilizador zumbido, leemos, hacemos chistes, conversamos de todo un poco, nos adormilamos con Lupe enroscada a los pies de la cama. Y el ciclo vuelve a comenzar con la siguiente comida. Dos días están bien, funcionan, se pueden manejar. Uno se vuelve un puente, un medio que comunica dos orillas diferentes del río este que es la vida; voy y vengo entre quien soy y quienes son ellos, mi familia, esa que nunca será otra. Además están los libros, islas salvadoras en medio de la corriente (el fin de semana me permitió terminar "Todo cuanto amé", de Siri Hustvedt -la esposa de Paul Auster-; una magnífica novela sobre la ausencia, sobre los "dobles", sobre el arte, la amistad, el amor... muy, muy recomendada) y las caminatas con Lupe y los pájaros y las hermosas matas que mi mamá cuida con tanto esmero y el café delicioso que hace Miryam y que me tomo a las siete de la mañana, en medio de ese silencio lleno de cantos de pájaros que es un verdadero regalo. Este fin de semana, además, comprendí algo importante: mi misión es ser puente, cómo no. Un puente de palabras que le dé voz a esa historia familiar mía que no tiene nada de abuelas espiritistas ni abuelos alquimistas... a mi historia familiar tan normal, tan dolorosamente común, tan compleja en medio de múltiples y densos silencios. Sólo así tendrá sentido haber nacido allí, haber crecido en una especie de "no lugar" que ahora hace parte de lo que soy, de mi capacidad de desplazarme , de construir puentes, de ver mi orilla desde la otra y viceversa... Bueno, dejo de tejer. Gracias por los comentarios tan bonitos a la puntada anterior. Un abrazo.
2 comments:
Ser puente es una labor a veces dificil, a veces cansada, pero casi siempre es muy util para reconocerse. He tenido viajes familiares larguisimos, en los que no he tenido un cuarto en el que esconderme o una persona con la que compartir chistes; ante la opción siempre existente de oir narrar las historias que ya todos en la familia conocemos de memoria, pero que igual siempre se narran, no me queda otra opción que esconderme dentro de mi, y entonces planeo las proximas cosas que voy a escribir, deleitandome con la forma de cada letra, construyendo, y de manera muy literal, las frases.
Y lo sigo diciendo me encanta este blog.Así que seguiré visitando.
Hola Carolina
Mucho tiempo sin saber de tí, me encantó leer tu blog, parece en ocasiones un túnel del tiempo, encontrar lugares comunes con personas con las que compartimos la infancia siempre será mágico; espero seguir de cerca tu pluma y seguir encontrando sopresas tan gratas. Me gustaría contactarme contigo, si te es posible, envíame un correo a media@bmalianza.com
Un abrazo
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