Hace 15 días, en una tarde gris de domingo bogotano, vi Kill Bill y Kill Bill 2. Quedé salpicada de sangre, claro, pero feliz luego de haber visto estas dos buenas películas. Sin embargo, donde me quedé anclada y viendo cómo enhebrar y dar alguna puntada fue en el diálogo que sostienen al final de la 2, Bill con Beatrix Kiddo. Ella está sometida por el suero de la verdad y Bill no tiene por qué mentir, así que asistimos al combate más fuerte que hay en esta película: el de las verdades dichas de frente. Bill le explica a Beatrix por qué le disparó en la cabeza luego de haberla hecho golpear sin compasión: porque ella pretendía negar su naturaleza. Se lo explica a través de un ejemplo: Superman (el personaje de tiras cómicas favorito de Bill). Los otros superhéroes son humanos que acceden a sus poderes por la intervención de extrañas fuerzas (error de la ciencia, milagrosa visita del espacio exterior, azar...), pero Superman es así, él no es humano, finje serlo para poder sobrevivir. Superman se disfraza de Clark Kent, un sujeto tímido, más bien bobo, cobarde y poco atractivo, esa es la forma como Superman ve a los hombres... "Clark Kent es la crítica permanente que Superman le hace a la especie humana", dice Bill. Pues bien, Beatrix es una asesina dotada, una prodigiosa criatura que pretendía convertirse en una vulgar vendedora de discos de El Paso, Texas. Y Bill no podía permitírselo. Puesto que él consideraba que ella ya estaba muerta desde el momento en que tomó esa decisión, pegarle un tiro en la cabeza era simplemente un gesto de compasión, como cuando se le dispara a un animal que agoniza en la carretera después de haber sido atropellado. Muy bien, la idea se queda dando vueltas en mi cabeza por varios días, no dejo de pensar en Superman y empiezo a ver a las personas de extraña manera. Luego pienso que en medio de la mayoría, la excepción se vuelve una amenaza que debe destruirse (burlas, comentarios ácidos, subestimación, agresión verbal o física, marginación, indiferencia... los medios son variados y para perfeccionarlos sí que tiene imaginación la mayoría), así que las excepciones, si quieren sobrevivir, deben desarrollar un disfraz, una fachada, un clarkencito, que proteja su verdadera identidad. Lo que no puede hacer la excepción es olvidar su verdadera identidad, unirse a la mayoría y coserse a la piel el traje de clarkencito es una muerte en vida que se paga muy, muy caro. La doble identidad no es cuestión de esquizofrenia, es un asunto de seguridad... Hasta una próxima puntada.
1 comment:
pero cómo dejas a tus lectore así....¿?
Te rogamos que acabes, capa clase, olvida lo otro y sientate a escribir...
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