Wednesday, May 18, 2005

Puntada sobre la esperanza

Siempre me he preguntado por qué la esperanza estaba en la caja de los "males" que Pandora abrió guiada por la magnífica curiosidad femenina... La esperanza ¿es un mal? No parece tan mala cuando las personas recomiendan: "La esperanza es lo último que se pierde", "Siempre queda la esperanza...", "No todo está perdido, aún tenemos la esperanza..." En estas frases consoladoras, la esperanza adquiere tinte de falsa ilusión, y quien conserva la esperanza parece un tonto iluso. Pero quienes la rechazan de plano, se convierten en cínicos levemente amargados. Creer o no creer... esa es la cuestión. Claro, además de ¿creer en qué o en quién? Le he dado vueltas y vueltas al asunto. Me parece que la esperanza puede ser un mal cuando nos inmoviliza, cuando nos sentamos a esperar que todo cambie gracias a la intervención de una fuerza mágica, cuando esperamos que otros nos solucionen las cosas o cuando, congelados por el miedo a la responsabilidad, esperamos que las dificultades y los obstáculos se desvanezcan en el líquido corrosivo del olvido. Pero eso no sucede, aunque quedamos con el consuelo estúpido de que no fue responsabilidad nuestra, sino que "Dios no lo quiso", "La suerte no me favoreció", "El Estado nunca responde", "Fue culpa del otro..." Sí, entonces sí que la esperanza es un mal, una fuerza tan poderosa como la inercia. Sin embargo, hay otro tipo de esperanza; la confianza. Confiar en la gente que nos rodea (no es fácil, claro, pero vivir desconfiando de todo el mundo tampoco lo es), confiar en que si hemos hecho lo mejor que podíamos hacer los acontecimientos hallarán un favorable desenlace, confiar en que no estamos solos y que hay una potencia divina que nos acompaña, confiar en las capacidades propias y en las de los otros, en las personas que aman lo que hacen, en el amor desinteresado de nuestros auténticos amantes, de nuestros verdaderos amigos, de nuestros parientes cercanos, de nuestras consentidas mascotas... Sí, eso sí se puede. Con esta confianza acometemos las acciones con entusiasmo y tezón, con alegría y fe. Creo que vale la pena rescatar la confianza, hablar de ella, precisamente en los tiempos que corren, con tanta oscuridad que nos rodea. Dejo de hilar por ahora. Un abrazo para todos.

Wednesday, May 04, 2005

Puntada sobre la doble identidad

Hace 15 días, en una tarde gris de domingo bogotano, vi Kill Bill y Kill Bill 2. Quedé salpicada de sangre, claro, pero feliz luego de haber visto estas dos buenas películas. Sin embargo, donde me quedé anclada y viendo cómo enhebrar y dar alguna puntada fue en el diálogo que sostienen al final de la 2, Bill con Beatrix Kiddo. Ella está sometida por el suero de la verdad y Bill no tiene por qué mentir, así que asistimos al combate más fuerte que hay en esta película: el de las verdades dichas de frente. Bill le explica a Beatrix por qué le disparó en la cabeza luego de haberla hecho golpear sin compasión: porque ella pretendía negar su naturaleza. Se lo explica a través de un ejemplo: Superman (el personaje de tiras cómicas favorito de Bill). Los otros superhéroes son humanos que acceden a sus poderes por la intervención de extrañas fuerzas (error de la ciencia, milagrosa visita del espacio exterior, azar...), pero Superman es así, él no es humano, finje serlo para poder sobrevivir. Superman se disfraza de Clark Kent, un sujeto tímido, más bien bobo, cobarde y poco atractivo, esa es la forma como Superman ve a los hombres... "Clark Kent es la crítica permanente que Superman le hace a la especie humana", dice Bill. Pues bien, Beatrix es una asesina dotada, una prodigiosa criatura que pretendía convertirse en una vulgar vendedora de discos de El Paso, Texas. Y Bill no podía permitírselo. Puesto que él consideraba que ella ya estaba muerta desde el momento en que tomó esa decisión, pegarle un tiro en la cabeza era simplemente un gesto de compasión, como cuando se le dispara a un animal que agoniza en la carretera después de haber sido atropellado. Muy bien, la idea se queda dando vueltas en mi cabeza por varios días, no dejo de pensar en Superman y empiezo a ver a las personas de extraña manera. Luego pienso que en medio de la mayoría, la excepción se vuelve una amenaza que debe destruirse (burlas, comentarios ácidos, subestimación, agresión verbal o física, marginación, indiferencia... los medios son variados y para perfeccionarlos sí que tiene imaginación la mayoría), así que las excepciones, si quieren sobrevivir, deben desarrollar un disfraz, una fachada, un clarkencito, que proteja su verdadera identidad. Lo que no puede hacer la excepción es olvidar su verdadera identidad, unirse a la mayoría y coserse a la piel el traje de clarkencito es una muerte en vida que se paga muy, muy caro. La doble identidad no es cuestión de esquizofrenia, es un asunto de seguridad... Hasta una próxima puntada.